La mosca de la tele

Me refiero a ese logotipo --que cada vez ocupa mayor superficie y cuyo récord absoluto es para Disney Channel-- que aparece en cualquiera de los cuatro extremos de todas las pantallas de televisión del mundo. La mosca resulta muy útil para identificar qué emisora estás zapeando en ese momento, aunque su nacimiento no está ligado a la identificación del canal, sino a la generalización del uso del vídeo y la necesidad de conocer el origen de las emisiones.

Resulta que, allá por los ochenta del siglo XX, el vídeo se había convertido en la estrella de la electrónica de consumo gracias a unas funcionalidades que mejoraban la experiencia del espectador (hasta entonces completamente pasiva y anclada a la pantalla), a saber: grabar programas (incluso en automático), ver un canal mientras se graba otro (esto a algunos nos parecía un milagro), rebobinar, congelar la imagen... En fin, chorradas varias de la época analógica. La celebración de los mundiales de fútbol eran acontecimientos que se aprovechaban para dinamizar su venta (hoy día son las televisiones planas) con el argumento de que se podían conservar para siempre los partidos cruciales de tu selección, la final... La verdad es que grabar partidos --excepto entre los muy forofos-- no es una costumbre que haya calado muy hondo entre el usuario/consumidor, aunque me gustaría saber qué opinarían los titulares de los derechos de explotación de estos eventos si grabaciones de partidos de todo el mundo fueran objeto de intercambio masivo en las redes P2P.

Así que fútbol no, pero películas desde luego: gracias al vídeo los usuarios/consumidores se lanzaron a grabar películas de la televisión, algunos incluso molestándose en eliminar los anuncios (yo era uno de ellos), de manera que comenzaron a surgir auténticas videotecas personales. Desde un principio quedó claro que era imposible detener una práctica que se llevaba a cabo individualmente en cada hogar, por lo que las emisiones de televisión no quedaban sujetas a derechos de autor. Las televisiones, ante la imposibilidad de detener semejante aluvión de copias (privadas) incontroladas, optaron por dejar una marca de agua que revelara su origen (a modo de derechos de emisión, no necesariamente de autor): la famosa "mosca". Por supuesto que estas grabaciones no llegaban a los niveles de calidad de las copias realizadas para la venta, por lo que nadie se rasgó las vestiduras ni aparecieron decenas de vírgenes ultrajadas por los ingresos perdidos por culpa de las grabaciones domésticas, ni se resintió el mercado videográfico, que por cierto vivió una época dorada (las Majors obtenían y obtienen mayores porcentajes de la venta de vídeos y DVD que de las entradas de cine, así que era y es un negocio que fomentan y defienden con más interés si cabe).

Llegó el DVD y arrinconó por calidad y prestaciones a las cintas de vídeo; llegó el DVD grabador/reproductor y arrinconó por calidad y prestaciones al vídeo grabador/reproductor; llegó la TDT y arrinconó por calidad y prestaciones a la televisión convencional. El ordenador, entre tanto, gracias a tarjetas y periféricos USB, está hoy en situación de recibir, almacenar, editar y distribuir todo tipo de emisiones de televisión, de manera que los usuarios/consumidores (en general los mismos que ya disponían de extensas videotecas) se lanzaron a grabar de todo con calidad digital, y no sólo películas, sino conciertos, series, documentales, humor...; el cine ya no es el contenido estrella en un universo infinito de canales temáticos. Y finalmente llegó YouTube, que entre otras cosas permite compartir las grabaciones que esos mismos usuarios/consumidores hacen desde sus casas.

Y de pronto resulta que lo que con el vídeo no era un problema sí lo es con la digitalización, porque Telecinco acaba de solicitar por vía judicial a YouTube que elimine todos los vídeos de programas suyos alojados por particulares que almacene en sus servidores. Como si por llevar a cabo esta ingente tarea el usuario/consumidor fuera a dejar de grabar y compartir por otros canales toda la televisión del mundo. Me pregunto qué ingresos adicionales deja de percibir Telecinco gracias a los vídeos que comparten los usuarios/consumidores a través de YouTube. También me pregunto qué ingresos evita que otros perciban --excepto YouTube, que para eso proporciona la infraestructura y la audiencia, tal como argumentan-- retirando y prohibiendo cargar vídeos de sus emisiones. El único ingreso que yo veo en este asunto es la indemnización millonaria que reclaman en su demanda.

La principal fuente de ingresos de Telecinco, como todas las televisiones generalistas gratuitas, es la publicidad durante la emisión y --desde hace poco-- los mensajes SMS; en este sentido, su presencia en Internet es una extensión fuera de ese esquema cuyo objetivo es captar audiencia (fundamentalmente joven) que ya no ve la televisión o si lo hace es a través del ordenador, no obtener ingresos. Telecinco no percibe ni un céntimo por cada espectador que ve sus programas, ya sea con la televisión de toda la vida, mediante TDT o a través de su canal en YouTube. Bravo por los preclaros directivos de Telecinco que se han cubierto de gloria con una demanda que no va a servir absolutamente para nada, excepto para sacar tajada económica si acaba prosperando.

Por lo visto ya no es suficiente identificar las emisiones con la mosca, ahora hay que impedir lo que en la era analógica se permitió sin mayor trauma. Aun así no creo que estos bichitos desaparezcan de las pantallas puesto que forman parte del paisaje televisivo. Puede que su función primitiva haya mutado (una vez más) por efecto de la digitalización, ahora son simplemente un icono entrañable, una inutilidad inocua de la que nadie recordará las contradicciones que dejó por el camino.

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