Stalin, inventor del Photoshop

"Conocéis las tres formas de comunismo, ¿no?"
"No, Todd. Pero estoy seguro de que nos las vas a enseñar."
"Oh, nooo..."
"En primer lugar, está el marxismo-leninismo. En segundo lugar, está el estalinismo: bueno, la verdad es que el estalinismo es sólo una aplicación, no un sistema operativo. Vamos, que si quieres borrar a 40 millones de personas, instalas el estalinismo en tu disco duro. Es un verdadero virus Ebola político."
[...]
"Por último, existe el maoísmo. El maoísmo va de la eliminación total de toda la cultura. Cualquier cosa que huela a cultura es mala. Todo, desde las sombrillitas para los cócteles hasta Mozart. Todo tiene que desaparecer."


Douglas Coupland. Microsiervos (1995)


No soy el primero que establece esta conexión entre el dictador georgiano y este conocido software, pero no por ello renuncio a desarrollarla a mi manera: cuando la informática era apenas el sueño de unos pocos científicos en todo el mundo, Stalin, el sucesor de Lenin al frente de la antigua URSS, fue el primero en encontrar una utilidad política --que se acabó convirtiendo en necesidad-- a la manipulación de imágenes (hoy lo llamamos de forma más inocua retoque). Desde Niepce, Daguerre y los hermanos Lumière, la imagen fotocinematográfica disfrutaba desde comienzos del siglo XX de un incuestionado estatuto de fidelidad y veracidad en la reproducción del mundo natural, a pesar de las deficiencias existentes en la capacidad de los soportes para reproducir con fidelidad en condiciones precarias o sin la ayuda de luz artificial. A pesar de esas limitaciones el hecho mismo de atrapar la luz y captar el movimiento se consideraban un logro científico sin precedentes, algo parecido a la fascinación que todavía hoy algunos tecnócratas de letras sentimos cuando nos intentan explicar que a partir de unos y ceros los monitores son capaces de reproducir imágenes y todo tipo de objetos o, pongamos por caso, el funcionamiento mismo del protocolo TCP/IP.

La corrupción y la tentación dictatorial entre los líderes que estaban al frente de la Revolución comunista culminó con Stalin, el cual impuso entre 1936 y 1938 una brutal reescritura del pasado. Para lograr su objetivo se convenció de que no bastaba con la simple destrucción de pruebas físicas o escritas, sino que era necesario borrar literalmente cualquier huella o rastro de quienes iban sucumbiendo por el camino --siempre cruel e imprevisible-- de la dictadura del proletariado, de manera que fuera imposible reconstruir una versión de la historia distinta a la establecida oficialmente (tan enfatuado estaba Stalin de su poder omnímodo). Por eso ordenó la desaparición de toda mención documental a sus ex-compañeros Trotski, Zinóviev, Bujarin y Kámenev, así como una ingente revisión de fotos donde aparecieran represaliados o momentos cruciales de la reciente epopeya revolucionaria para que expresaran estrictamente aquello que el poder deseaba en cada momento y, de paso, que no quedase rastro alguno de aquellos de quienes se había decretado su inexistencia oficial. Estoy convencido de que los fotógrafos de la época conocían desde hacía tiempo un montón de técnicas para realizar este tipo de trucajes, aunque es el uso que hizo el poder lo que estableció su incorporación a la línea de la historia. Desde el punto de vista del usuario/consumidor, quien crea la necesidad se lleva la autoría moral del invento; los ingenieros, en cambio, estoy seguro que manejan una periodización y unos nombres muy diferentes.

Graham Bell pensaba que el teléfono sólo tendría un uso terapeútico relacionado con el estudio y el tratamiento de la sordera; los hermanos Lumière que el cine no pasaría de atracción de feria o intrumento científico; incluso los papás de la World Wide Web --Tim Berners-Lee y Robert Cailliau-- concibieron su hallazgo para mejorar el intercambio de información entre la comunidad científica. De manera que no esperemos que los ingenieros sean además unos visionarios; ya tienen bastante con materializar sus ideas y hacer que funcionen.

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