Nuevo positivismo digital (XI): Los políticos mutantes, el largo adiós de los intermediarios y el estigma de los 140 caracteres

Nuevo positivismo digital: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X

En 1998 el caso Lewinsky supuso la consagración del uso de internet como nuevo canal de información. Gracias a la red, millones de personas pudieron descargarse el sumario donde se detallaban los escarceos sexuales del presidente de los EE UU con la famosa becaria, con un nivel de detalle que la prensa generalista nunca había podido ofrecer. Morbo aparte, el nuevo canal permitía al usuario/consumidor saltarse todos los filtros intermedios y acceder a las mismas fuentes de información que expertos y periodistas. Desde entonces, cualquier asunto de índole política o de relevancia social se ventila en internet de acuerdo con sus propias peculiaridades, obligando a los medios tradicionales a cambiar de estrategia o encontrar ideas que aporten valor añadido a su función de intermediarios/distribuidores. Desde ese año, las audiencias televisivas y las ventas de diarios no han dejado de descender.

En la era analógica, la cuidadosa dosificación de la información privilegiada y el encauzamiento de las polémicas mediante el sistema de réplicas y contrarréplicas eran las estrategias que determinaban la repercusión y la evolución de las exclusivas. Está claro que el reducido número de intermediarios de la información facilitaba su selección, distorsión y (llegado el caso) ocultación. En aquella época, el poder político lo tenía fácil para supervisar el tráfico de la información. Internet, como en los demás ámbitos en los que se la acusa de arramblar con lo bueno existente, no ha revolucionado nada como medio de información. Su desestructuración jerárquica y las capacidades de réplica que ofrece la tecnología informática son, en todo caso, las causas que han permitido su característico modelo de difusión, basado en la velocidad, la inevitable generación de toneladas de información no fiable o redundante y, por descontado, el desplazamiento de los administradores tradicionales (portavoces, boletines, jefes de prensa, agencias, diarios, televisiones....). No se trata de un nuevo modelo que amenaza al viejo, porque la calidad y la fiabilidad siguen siendo la ventaja competitiva de este último (en tanto que el volumen y la ubicuidad lo son del primero), el problema que se plantea es que cada usuario/consumidor es un potencial selector, emisor y/o transmisor de información, y quienes ejercen de receptores y se conforman con el acceso al primer nivel de información (la que aportan los titulares) pueden encontrar lo que buscan sin necesidad de abandonar la lista de resultados o en los diez primeros enlaces que devuelve Google. Los que desean profundizar un poco más recurren a su medio de referencia o contrastan entre diversas fuentes. Por extraño que resulte, el porcentaje de personas que hacen esto último no supera el 10% de la población mundial.

En 2003 la guerra del Iraq supuso un segundo mazazo en el desplazamiento de la centralidad de los medios tradicionales: fueron los usuarios/consumidores, desde sus blogs sin prestigio, quienes se atrevieron a publicar las fotos de los féretros de los soldados muertos, repatriados con total secretismo por la administración Bush. Cuando ya era imposible detener su difusión y resultaba evidente que se habían ocultado por motivos políticos, los diarios y cadenas de televisión reaccionaron tarde y mal apuntándose a un carro al que habían renunciado a subir. Y es que ellos, como tradicionales distribuidores de información, dispusieron antes que nadie de las fotos, pero antepusieron su sacrosanto derecho a la información (el mismo que tanto les gusta airear cuando son ellos quienes poseen una exclusiva) y se plegaron a las presiones de la Casa Blanca para no difundirlas. Prensa y televisión retrocedieron por este asunto otras quince casillas en el tablero.

El anticuado y orwelliano uso que hizo el gobierno de Bush --incompatible con la existencia misma de internet-- se encuentra en las antípodas del aprovechamiento de los mismos medios que hace su sucesor. Sin embargo, eso no ha supuesto una recuperación del prestigio perdido por parte de los medios tradicionales, sino que ha agrandado aún más la brecha entre ellos y los usuarios/consumidores. En todo caso éstos han confirmado que los usos que están haciendo de la tecnología a través de redes sociales, generando información o tejiendo redes propias, es útil y aporta beneficios a la comunidad (primer nivel de información, control del poder, propuesta de iniciativas...); es decir, la clásica actitud de ciudadano comprometido por la que los políticos han suspirado durante décadas (al parecer sin tomar en serio sus verdaderas consecuencias). Obama difundió sus mensajes durante la campaña presidencial a través de conocidas redes sociales como MySpace o Facebook, complementado con Twitter para compartir opiniones o distribuir enlaces a otros medios. Si el hombre más poderoso del mundo lo hace el resto no va a quedarse de brazos cruzados: cada vez más políticos de todos los países y ámbitos siguen su estela y esparcen sus oráculos por estos nuevos canales sin necesidad de recurrir a los intermediarios tradicionales (declaraciones, ruedas de prensa, debates). Los políticos, hartos de soportar preguntas en ruedas de prensa y asedios a la salida de actos (en definitiva, de someter sus propuestas y opiniones al debate público), prefieren lanzar sus dardos desde las trincheras. Hasta ahora lo máximo a que se había llegado era al envío de SMS a los móviles de los periodistas, que recibían pequeñas píldoras informativas sobre asuntos de actualidad (generalmente durante campañas electorales) como una forma de saltar a los titulares sin tener que organizar actos o convocar a los medios en sus sedes.

Los cambios en la política convencional que estas prácticas han provocado resultan palpables: ruedas de prensa sin opción a preguntas, vídeos institucionales que suplen a las comparecencias públicas, declaraciones difundidas directamente en internet. Recursos cada vez más habituales para ahorrarse respuestas a los críticos y matizaciones de dudosa convicción. Está claro que los intermediarios de la información tienen que reinventarse (y no desaparecer como los apocalípticos populistas se apresuran a vaticinar), porque no podemos prescindir de la información contrastada, fiable y de calidad. Políticos convencionales y demás parásitos del ecosistema: retrocedan otras quince casillas.

Resulta preocupante ver a los administradores del dinero público tan despistados ante cambios tan rápidos; sin embargo no nos parece tan grave que otros personajes públicos subviertan las bases sobre las que se asientan los ingresos que perciben directa o indirectamente por sus apariciones en los medios. Tras los políticos, los siguientes en la lista de los que desean filtrar a toda costa sus apariciones públicas (sin renunciar a sus beneficios, claro está) son los famosos: escritores, cantantes, actores, vividores, han descubierto en plataformas como Twitter, Tuenti, Facebook o MySpace un canal que les conecta directamente con sus fans, sin depender de ruedas de prensa, comunicados y, aún mejor, asesores que cuestan una pasta. Y además ganan en privacidad (algo de lo que suelen carecer), ya que pueden hacerlo sin salir de sus securizadas mansiones o desde sus móviles de cuarta generación.

Twitter es un servicio gratuito de microblogging que permite publicar mensajes de hasta 140 caracteres y que tus seguidores recibirán por correo, chat, incluso en su móvil. ¿A quién no le gustaría recibir una breve confesión pública de Scartlett Johansson en su móvil? Es como si te la enviara a ti solo. Lo curioso es que al principio el uso propuesto de la herramienta era que cada persona del planeta pudiera decir lo que estaba haciendo en cada minuto de su vida. Pero como siempre, es el usuario/consumidor quien determina qué uso hara de estas cosas, y al final resulta que quienes han establecido su utilidad mayoritaria son los famosos.

En abril de 2009 era aún un servicio emergente, del cual los periodistas apenas se hacían eco y usaban, pero cuatro meses más tarde Twitter se ha convertido en el modo preferido por los famosos para comunicarse con sus fans. La principal ventaja es que pueden puentear a la prensa, igual que los políticos. Además de usar Twitter, los famosos también han abierto su garito en Facebook, lo que les permite sumar seguidores y dar a conocer su agenda promocional de forma rápida y gratuita (fechas de conciertos, lanzamientos de líneas de ropa, singles). Los fans, por su parte, están encantados de estar enlazados con sus ídolos; aunque el exceso puede resultar contraproducente: por ejemplo, la página de Katy Perry en Facebook es especialmente prolífica, rozando el coñazo en la difusión de según qué eventos (casi estoy por darme de baja); o el Twitter de noticias de Pixar (upcomingpixar), que casi cada diez minutos lanza informaciones a cual más banal.



Dos botones de muestra dan una idea de lo que da de sí esta herramienta: Aston Kutcher --el marido de la actriz Demi Moore-- compartió con sus fans una foto que hizo a su mujer mientras planchaba en bragas. Ella se pilló un rebote considerable, y para conseguir su perdón pidió a sus seguidores que a la mañana siguiente le enviarán un "Te quiero" simultáneo, también por Twitter. Llegaron 3.600 y ella, claro, le perdonó. Otro actor --esta vez Hugh Jackman-- escribió: «Donaré 100.000 dólares a la ONG favorita de un usuario de Twitter. Por supuesto, debe convencerme en menos de 140 caracteres». Una historia pastel con final feliz (el género favorito del planeta Tierra) y un uso audaz que combina compromiso social y mercadotecnia.

En el mundillo del famoseo tampoco se puede asegurar que todo haya cambiado radicalmente con la irrupción de estas plataformas digitales: hasta entonces, bastaba que en un programa de TV, una película o una noticia se mencionara la existencia de un objeto, lugar, servicio o persona hasta entonces desconocido para que todo el mundo se lanzara a comprobar (=comprar) de qué se trataba. Ahora, cuando lo que se cita es una web, una aplicación o un servicio digital los beneficios de esta notoriedad sobrevenida son casi inmediatos, síntoma inequívoco de los tiempos que corren: incremento espectacular de tráfico, posicionamiento en buscadores, artículos y reportajes en medios tradicionales... Pero no sólo eso: cuando un suceso relacionado con famosos tiene lugar en esas plataformas el tráfico experimenta un subidón terrible, y las repercusiones y comentarios se expanden por infinidad de sitios similares. La misma pauta se repite cuando, de forma fortuita o no, algún usuario/consumidor salta del anonimato total a la fama planetaria (concursos, intervenciones televisivas, un éxito musical). La única variable que añade internet al mundo del famoseo tal y como lo conocemos es la velocidad y la inmediatez. Para todo lo demás, el gen del gregarismo.

Ya es hora de ir bajando el tono de las profecías y admitir que los nuevos canales digitales poco aportan a las formas de relación, de darse a conocer o de alcanzar un éxito fácil ya consagradas en el mundo analógico. Las cosas siguen más o menos como estaban: de entrada, desconocidas o no, las chicas jóvenes y monas con un punto de descaro tienen todos los números para triunfar, como Lyly Allen, Amy Winehouse, Paris Hilton o Lindsay Lohan.... El atractivo sexual es la gasolina que mueve la información (digital o no). Los hombres atractivos también se suben a este carro pero en menor medida, seguramente porque las mujeres no responden tan bien a estímulos tan bastos y básicos. A los demás seres humanos sólo nos queda la meritocracia, pagar por lograr notoriedad, regalar nuestras creaciones, o dar con el hit, la anécdota, el pelotazo o el momento fortuito que nos ponga en el candelero, como el extraordinario caso de Susan Boyle. No hemos evolucionado tanto como asegura más de un gurú, el sesgo testosterónico sigue determinando la cotización del mercado de los famosos.



Y para terminar una curiosa historia que viene de muy lejos y nos deja en el lugar más imprevisible. La legendaria decisión de Microsoft de diseñar su primer sistema operativo --el MS-DOS-- considerando que ocho bits serían suficientes para soportar el volumen de información que debía procesar cualquier software se reveló a los pocos años una decisión equivocada en extremo. Esta historia nos enseña que hasta los expertos supuestamente mejor preparados son capaces de meter la pata hasta el fondo, por muchos estudios superiores que acumulen. A continuación apalanco la metáfora de Carl Sagan sobre el funcionamiento del cerebro humano (en mi capítulo favorito de la serie Cosmos, La persistencia de la memoria) porque la necesito para mi razonamiento: el Puente de Brooklyn se construyó entre 1870 y 1883 justo donde estaba la estación de ferrys que unía Brooklyn y Manhattan. Décadas después, el primer túnel entre ambas orillas se perforó en el mismo emplazamiento del puente. La razón es que las principales vías de comunicación ya convergían allí desde los tiempos del embarcadero de ferrys, y se trataba de aprovechar lo ya existente. Pues el cerebro funciona igual: aprovecha las conexiones existentes, superpone capas de información una sobre otra, y para ello emplea vías y razonamientos conocidos con que levantar otros nuevos. La única diferencia es que nuestra mente funciona de un modo mucho más conservador, simultaneando las conexiones, mientras que los ingenieros cambian unas por otras (sustituyeron el embarcadero por el puente). El diseño de Twitter sigue la misma pauta: la limitación de 140 caracteres para sus mensajes no es un capricho, sino que se adapta a la red de telefonía móvil, de alcance mundial y con servicio SMS de serie. Al usar una red existente Twitter puede dar un salto cualitativo sin necesidad de generar él mismo los canales que necesitaría para crecer. Por eso asume la limitación de 140 caracteres, porque le interesa circular mediante SMS. La anécdota de Microsoft ilustra un caso de conexión fallida, mientras que Twitter parece haber aprendido de los errores de sus antepasados.

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