Ficciones autobiográficas: icebergs ocultos bajo las aguas (Ni de Eva ni de Adán)

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Es un recurso casi tan viejo como la literatura: usar --con más o menos ligeras variaciones-- la propia vida como principal materia prima para la ficción. Cuando alguien explota ese recurso de forma tan sistemática es porque en el proceso de creación hay algo de catarsis, ajuste de cuentas, liberación de fantasmas, deseo irrefrenable de compartir, incluso exhibicionismo. Cuando un diario íntimo no basta, cuando se escribe a escondidas pensando que otros lo leerán, cuando el autor se atrinchera en el burladero de la comunicación asíncrona que ofrece la novela, cuando la soledad creativa permite una cierta ausencia de implicación y de justificación (excepto en pleno circo mediático de las ruedas de prensa)... Cuando todo eso sucede ya no estamos hablando de literatura, hablamos de otra cosa que no sabemos qué es aunque también pueda merecer la pena.

¿Y qué pasa cuando todo lo anterior concurre de forma simultánea y, por si no fuera suficiente, la escritura es capaz de remontar más allá de la descripción rutinaria y previsible de acontecimientos cotidianos? Cuando escribimos sobre nuestras vidas, para nosotros o para los demás, consciente o inconscientemente, tendemos a colocar cada pieza en el sitio más adecuado para que el conjunto se parezca a una narración. No recuerdo quién dijo que necesitamos convertir nuestra vida en narración para hacérnosla comprensible, pero tenía toda la razón del mundo. Basta echar una ojeada al género autobiográfico más reciente para comprobar que cada vez se asemeja más al relato de vidas tamizadas por el cedazo de la ficción (orden, equilibrio, paradojas, excursos, significados ocultos, enlaces inesperados, tensión, dosificación de la información).

Si de pronto te encuentras con todo esto, expresado mediante una excelente simbiosis de experiencia vital y estilo ameno, es muy probable que tengas entre manos un libro de Amélie Nothomb.



Nothomb es una mujer excepcionalmente dotada para la narración. No se complica la vida por la sencilla razón de que habla de la suya. Sus genes, su entorno familiar, su bagaje cultural, aportan suficientes dosis de síntesis, estilo directo y realismo rebajado con ficción para hacer tan empáticas sus novelas. Javier Cercas presume en sus ficciones de haber dado con una mutación en la secuencia genética de la novela: la novela real. Una vez leído el resultado, se comprende que el hallazgo se limita a dos cosas: 1) alinear significativamente tres o cuatro acontecimientos biográficos para levantar un argumento y 2) situarse él mismo entre la nómina de personajes. Nothomb, en cambio, asume la etiqueta hasta sus verdaderas últimas consecuencias y convierte fragmentos completos de su vida en novelas, sin esconder nombres ni fechas, sin interponer vanguardismos narrativos que den la (falsa) impresión de distancia entre autor y personaje. Quizá falte a la verdad, mienta, manipule, exagere, omita o tome prestado, pero por lo menos no trata de ocultarse tras el relato como hace Cercas.

Así, Ni de Eva ni de Adán completa el círculo que comenzó a trazar Estupor y temblores, y ambos libros conforman su ajuste personal de cuentas con Japón, el país que la tuvo fascinada hasta los 23 años. Y, como si estuviera en una película de Kubrick, siente la necesidad de cerrar el círculo narrativo a base de repetir lo ya contado: el tiempo del relato que abarca Estupor y temblores está contenido en los dos últimos capítulos de Ni de Eva ni de Adán. Es curioso que en esta segunda obra accedamos a la vida de Nothomb fuera de su traumática experiencia en una multinacional japonesa, y más teniendo en cuenta que esa crisis sentimental sin duda afectaba a su actitud y comportamiento laborales. Al contrario, ha decidido disociar al máximo ambas historias, como si fueran dos personas distintas quienes las protagonizan. ¿Higiene mental, conveniencia editorial, deseo estético o innata capacidad para el proceso en paralelo? Una de las características de la timidez es que suele desembocar en múltiples personalidades estancas que se exhiben exclusivamente ante los respectivos públicos para las que fueron creadas; y la mera posibilidad de intercambiar unas y otros provoca auténtico pánico o inexplicable pudor. Esta (calculada) sinceridad o ausencia de complejos es una de las principales obsesiones de Nothomb, como si cada libro tuviese prohibido rebasar los límites de la parte de su vida que su autora ha decidido transcribir. De la misma manera, su obra se puede contemplar como una sucesión de compartimentos estancos que, vistos con la suficiente perspectiva, ofrecieran al lector el retrato planificado, proyectado, deseado, de su existencia.

Alejemos aún más la cámara: consideremos esa sucesión de compartimentos como la parte visible del inmenso iceberg que al parecer forma el conjunto de sus escritos (la mayoría inéditos) y preguntémonos: ¿La parte sumergida mantiene la coherencia con la publicada? ¿Existe alguna razón para que esas cuatro quintas partes permanezcan ocultas?

http://bajarsealbit.blogspot.com/2009/11/ficciones-autobiograficas-icebergs.html

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