¿Mercado informatizado o controlado por personas tanto o más irracionales?

Lo sucedido en las Bolsas estadounidenses se parece a uno de esos sucesos cargados de significado que precedían la toma del poder por la máquinas en las sagas Terminator o Matrix. En ambas, la adquisición de autoconciencia por parte de potentísimos cerebros cibernéticos era el momento clave que desencadenaba el proceso imparable de sometimiento de los humanos a los dictados de los ordenadores. Suena exagerado, pero lo sucedido el 6 de mayo de 2010 será material para algún sesudo ensayo y más de una novela de política-ficción.

Es habitual pensar que inversores, asesores, comentaristas especializados, analistas y demás habitantes del parqué bursátil es gente ultrapreparada para ejercer su trabajo: visten trajes caros, viven en lujosos adosados, hacen viajes interoceánicos por ocio y negocio y, por si no fuera suficiente para obtener nuestro respeto y admiración, dicen conocer muy bien aquello en lo que se consideran expertos. Luego resulta que toda esa sabiduría -- al parecer adquirida en elitistas MBA y tras años de experiencia en la administración de empresas-- puede sintetizarse en una serie de parámetros informáticos, que son los que disparan las órdenes de compra automática cuando el valor de las acciones supera un cierto umbral de caída o de cotización. Algo así como una agenda electrónica, pero en lugar de recordarte que tienes que llevar a tu hijo al dentista, evita que pierdas unos cuantos miles de dólares. Esas máquinas, dotadas de complejos algoritmos, entre las 14:40 y las 14:46, desencadenaron la segunda mayor caída bursátil desde el fatídico lunes negro de 1987. Seis minutos durante los que se produjo una especie de síndrome de China bursátil: una imparable (y, aparentemente, imprevisible) sucesión de órdenes de venta, que provocó el pánico entre las mismas personas que en su día establecieron que las órdenes de compra fueran automáticas en determinadas condiciones.

Este desplome, junto con las imágenes de la televisión mostrando los disturbios en Grecia, acabó de acojonar a los que esa mañana circulaban por el parqué. El problema es que esta gente olvida que la suma de los pánicos y los egoísmos individuales no se puede traducir a instrucciones de software. Estamos hablando de situaciones que superan de largo todos los escenarios contemplados durante el diseño y las simulaciones previas. La cosa es que todos temieron lo peor y reaccionaron como lo haría cualquier hijo de vecino: poniendo lo propio a salvo y el que venga detrás que arree. Estos gurús con estudios superiores no emplean una lógica de la gestión muy alejada de la de los mileuristas para llegar a final de mes; la única diferencia es que éstos últimos aciertan y yerran con su dinero. En economía, la suma de los intereses individuales es beneficiosa en un contexto muy específico de ganancias y coyuntura favorable; para todo lo demás resulta letal y devastadora.

Las reacciones y las explicaciones a toro pasado revelan lo despistados que están los expertos: todo quedará convertido por arte de magia en una comisión de investigación --integrada por políticos-- que se encargará de removerlo todo, hacer declaraciones en los medios y dejarlo como está un par de meses después. Las primeras declaraciones a pie de pista son un adelanto de las conclusiones y recomendaciones finales: que es necesario poner límites al poder de los ordenadores y dejar ciertas decisiones sólo a criterio de las personas y bla, bla, bla... Pero no se tocará ni media coma de la legislación vigente.

No pienso escandalizarme porque el mercado de valores esté en manos de ordenadores, sino porque quienes se sientan al teclado son unos irresponsables que se niegan a admitir que sus diagnósticos, sus herramientas y sus conocimientos teóricos no sirven para todo aquello que no sea crecimiento económico. No creo que las personas lo hagan mejor que las máquinas, básicamente porque emplean la lógica irracional del mercado bursátil.

Es curioso, las subidas espectaculares nunca alarman a los expertos: por todas partes surgen voces autorizadas dispuestas a desprestigiar a quienes advierten síntomas de burbujeo especulador. En cambio, las bajadas súbitas siempre resultan imprevisibles e inexplicables: o son el fruto de una singularidad o existe tal acumulación de factores que es imposible realizar un análisis de responsabilidades. En la práctica, los gurús bursátiles sólo admiten una única realidad hecha de ligerísimas fluctuaciones: lo suficientemente importantes como para que sean susceptibles de ser diagnosticadas con grandilocuencia, pero no demasiado, no sea que parezca que algo cambia y a los clientes les entre la flojera. El día a día en la bolsa se diluye con tales cantidades de sobreanálisis y de jerga para iniciados que, vista desde fuera, su realidad acaba pareciéndose a un yogur desnatado.

http://bajarsealbit.blogspot.com/2010/05/mercado-informatizado-o-controlado-por.html

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