¿Serán rentables el cine y la televisión en internet?

Tras ajustar cuentas con la cultura basada en la copia, hoy le toca al cine y las repercusiones en el sector a la digitalización de soportes de distribución. En primer lugar, señalar que los estrenos cinematográficos siguen siendo una actividad rentable, por lo menos para un determinado tipo de películas. Se estrenan en multitud de salas y países, alcanzando recaudaciones que cubren ampliamente los costes de producción (cada vez más altos). En la era analógica, la explotación posterior al estreno en salas consistía en el lanzamiento en vídeo, entre seis meses y un año, y la emisión en televisión (a veces hasta dos años después). La digitalización ha reducido increíblemente estos plazos, básicamente por temor a las copias de las redes de intercambio. A pesar de que los ingresos anuales van ligeramente a la baja, tanto en asistencia a salas como en venta de copias (ahora en DVD/Blu-Ray), las distribuidoras mantienen ambos hitos en la carrera comercial de una película en el mercado (salvo Corea del Sur, donde las majors no distribuyen DVD por los altos índices de piratería dicen ellos).

En España hemos asistido al estreno televisivo de la última temporada de Lost apenas unas horas después de ser emitida en EEUU, obligando a un doblaje contrarreloj y a unas estrictas medidas de seguridad que impidieran la filtración de detalles sobre el argumento o la proliferación de copias en las redes de intercambio. Muy probablemente la serie completa será distribuida en estuches «de coleccionista» que tendrán buena acogida entre los fans; otros, en cambio, hartos de la fragmentación publicitaria, los cambios de horarios y otras estrategias diversas, optan por descargarla de las redes de intercambio. A pesar de que los departamentos de mercadotecnia tienen más que identificados y segmentados estos comportamientos, nada indica que se planteen modificar los patrones actuales de la televisión comercial más convencional, y cuya consecuencia principal es que expulsa a los nativos digitales de la pequeña pantalla. Visto así, la televisión se extinguirá con la última generación del baby boom (o quizá antes).



Bastan estos dos apuntes para darse cuenta de la primera distorsión que introduce en el mercado el nuevo canal de internet: la atomización del plazo de comercialización. Un producto es apenas rentable más allá del impacto provocado por la novedad o el aura que se haya conseguido generar a su alrededor (polémicas, escándalos, filtraciones ciertas o interesadas...). Las películas se suceden en la cartelera a un ritmo imposible, componiendo un mosaico de innumerables opciones que estresa al usuario/consumidor; y lo mismo sudece con los lanzamientos en DVD/Blu-Ray: se acumulan cada semana, obligando casi a enlazarlos con el estreno, antes de que se desvanezca su repercusión o el público deje de mencionarlos en sus conversaciones.

Como usuarios/consumidores, nos resulta difícil seguir el ritmo de estrenos y de lanzamientos: la asistencia al cine compite con otras muchas opciones de ocio, y es habitual que retiren el filme escogido antes de que poder verlo (con la notable excepción de los estrenos infantiles). Por su parte, el aluvión de novedades editadas excede nuestra capacidad, no ya de compra, sino de consumo individual. En un mundo de ocio que tiende al infinito el verdadero problema no es la disponibilidad de tiempo (escaso desde la Revolución Industrial), ni la atención (limitada por pautas y costumbres extrapoladas desde el mundo laboral), sino la elección.

Estrenar películas y series en internet posee las mismas ventajas e inconvenientes que hacerlo en el cine y la televisión convencionales: hay que programarse para estar ante la pantalla el día y la hora indicadas; aunque ya no estamos por esa labor (salvo en acontecimientos planetarios en riguroso directo como Olimpíadas, Mundiales, Oscars...) y preferimos tirar de sistemas de copia privada de diponibilidad permanente. Aun así, con todos sus inconvenientes, son una opción tecnológicamente posible que podría ser rentable en términos de la teoría de la larga cola. De triunfar este nuevo canal se dispararía de nuevo el uso de copias privadas a partir de difusiones (no públicas sino individualmente agregadas) en streaming. Surgirían numerosas soluciones freeware para hacerlo posible, y además la legislación deberá contemplar esta modalidad, como en los tiempos del VHS, para hacer viable una práctica que es casi imposible controlar. Exactamente igual que las redes de intercambio desde hace años, a pesar de lo cual los distribuidores no han modificado en exceso sus estrategias comerciales.

Si pudiéramos contratar una película --de riguroso estreno-- para verla por internet lo primero que exigiríamos serían opciones, de acuerdo con la pauta a la que nos tiene acostumbrados internet: fecha, idioma, subtitulado, horario, formato, garantías de modificación de condiciones, capacidad para detener el visionado y flexibilidad para terminarla. Poco a poco van naciendo salas cinematográficas en internet (como Filmin) pero la oferta de títulos es limitadísima. Las posibilidades que se abren para cinematografías, creadores y títulos minoritarios son inmensas, incluso el cortometraje puede experimentar una nueva edad de plata. Pero como no hay perspectivas de enoooormes beneficios, nada de nada.

Si de momento --hoy por hoy-- no se contempla esta opción --tecnológicamente factible, no mediante software pionero, sino maduro y con plenas garantías-- es porque eso desplazaría el poder al usuario/consumidor. Probablemente las soluciones que se impongan en el mercado sean tecnologías esclavas, vinculadas unilateralmente a estándares propietarios, pero creo que el usuario/consumidor podría dejar ese factor de lado si le permiten ver el cine que quiere cómo, cuándo y dónde quiere.

http://bajarsealbit.blogspot.com/2010/06/seran-rentables-el-cine-y-la-television.html

Comentarios

La verdad es que es dificil determinarlo, sobre todo con tanta pirateria

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