La sencillez convierte la nostalgia en algo devastador (Tokio blues. Norwegian wood)

He leído Tokio blues. Norwegian wood (1987) de Haruki Murakami conteniendo la respiración, esperando que tras una curva inesperada del relato surgiera algo que me desarmara, una revelación, algo escandaloso, un chute de intensidad... qué se yo. No ha habido nada de eso, pero el hecho de que estuviera en tensión esperando algo me dice que ha valido la pena leerlo. Una vez terminado, sin embargo, siento que he salido vivo de la experiencia. Vivo y entero desde un punto de vista sentimental (emocional sería mucho decir) porque no es fácil enfrentarse a la nostalgia en estado puro. Es uno de los signos de nuestro tiempo: el síndrome de Sthendal ha experimentado una mutación imprevista y hoy está más relacionado con la añoranza del pasado que con la acumulación de belleza.

No puedo hablar de la obra de Murakami en general, ni comparar Tokio blues. Norwegian wood con las demás porque es el primer libro suyo que leo (aunque, tal y como funciona mi mente, eso pronto cambiará), pero hay varias cosas que me han gustado: en primer lugar, el estilo directo y sencillo, el desarrollo de un argumento sin estridencias y sin golpes de efecto artificiales, increíbles o exagerados. En segundo lugar, lo perturbado que me han dejado las descripciones tan precisas (sin metáforas pretendidamente audaces ni jergas que tratan de demostrar que se está a la última) de la actividad sexual de los protagonistas, especialmente una hacia el final (pp. 348-349). No sé qué me ha atraído más: si la maestría de Murakami para tocar el tema o el aspecto cultural de la sexualidad japonesa al que remite indirectamente el texto. De la sexualidad japonesa lo desconozo casi todo, excepto que una mujer con el pubis afeitado es algo que roza lo intolerable (pero eso es algo que también cambiará en breve.Que cada cual se lo tome como le parezca).



La novela es un inmenso recuerdo provocado por una canción de The Beatles, escuchada por azar en un avión que acaba de aterrizar en Hamburgo. Su protagonista --Watanabe-- evoca a una antigua amiga/novia de su juventud y, a partir de ahí, extrae un completo retrato de su propia existencia entre los dieciocho y los veinte años. En realidad, desde una cierta perspectiva, es la crónica de un lento proceso de hundimiento en la soledad: a pesar de la gente con la que intima, se nota que Watanabe ha quedado bloqueado por el suicidio de su mejor y único amigo del instituto, y el reencuentro con la antigua novia de éste no contribuye a la aceptación de los cambios que se producen a su alrededor (básicamente centrados en la necesidad de abrirse al mundo). No obstante, esa sensación no se le impondrá al lector hasta bien avanzado el libro, cuando el mismo Watanabe lo admita (al menos eso me sucedió a mí).

Si la novela fuera de un autor occidental estoy casi convencido de que al final, el relato enlazaría con el presente en el que se inicia la novela y habría tratado de cerrar las tramas abiertas; Murakami en cambio la cierra de forma casi precipitada y hasta tópica, sin preocuparse por atar cabos y ofrecer una narración acabada (sólo en una ocasión se permite abandonar el relato y cerrar su relación de encuentros con un personaje muy concreto). Aun así, es un lunar menor en una novela que engancha, y mucho. A cambio, el texto deja caer una serie de nociones adquiridas por sus protagonistas acerca de la vida y el amor, una secuencia discontinua de abandonos y dimisiones en brazos de la nostalgia, la soledad y la resignación ante la banalidad de la vida cotidiana.

Y luego está el tema de la mujer y del amor ideal desde el punto de vista masculino. Vamos a ver si soy capaz de explicarme: a diferencia del femenino, el narrador masculino no suele entrar en demasiados detalles sobre su objeto de deseo heterosexual; en cambio Murakami cuida mucho la perfección en la descripción de Midori, la amiga universitaria de Watanabe. Dejando de lado el arrebatador look Hepburn que se desprende de las descripciones (un elemento definitivo en mi caso), reúne todos los rasgos deseables en un amor de juventud: sincera, inteligente, abierta, desinhibida, alocada, sensible, directa... Por si eso no bastara hay un detalle que me ha parecido novedoso (precisamente porque siempre se omite o se niega): la posibilidad de que ellas se sientan realmente atraídas por los flujos masculinos. Es algo así como el reverso positivo de los personajes femeninos del género pornográfico: en la pantalla se las ve sedientas de semen, ansiosas por recibirlo, pero sabemos que actúan, que se trata de una pose exigida por el género. En la vida real, además, el tema de los fluidos se suele despachar discretamente y sin palabras, como un mal menor que hay que sobrellevar. Sin embargo, Midori se muestra sinceramente conmovida al recibir en sus braguitas (se lo suplica a Watanabe) el flujo seminal. A mí me parece un detalle altamente revelador del personaje de Midori, aunque quizá la tradición literario-sexual japonesa lo pueda explicar de otra forma. En todo caso me pareció algo más que una pose, algo que encaja con el resto de su adorable personalidad.

Trabajar con materiales potencialmente peligrosos posee un doble mérito: uno es evitar que te estallen entre las manos, el otro es el riesgo de situarse en límites poco transitados que compliquen o condicionen la respuesta del lector. Murakami es un escritor dotado para ambas cosas que además maneja como pocos la evocación nostálgica; dos cualidades que lo hacen atractivo tanto para las generaciones jóvenes (sin apenas pasado pero con grandes deseos de experimentar con la nostalgia como si de una droga de diseño se tratara) como para los que ya tienen una etiqueta para definir a su generación (ansiosos por recuperar adormecidas sensaciones). La tentación es demasiado grande.


http://bajarsealbit.blogspot.com/2011/03/la-sencillez-convierte-la-nostalgia-en.html

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